En Venezuela, ser dirigente sindical no es simplemente asumir una responsabilidad laboral: es enfrentar un riesgo real. A lo largo de los años, el movimiento sindical ha sido blanco de múltiples ataques, tanto por parte del Estado como de sectores de la empresa privada. Las prácticas que han debilitado este pilar de la democracia laboral son tan variadas como preocupantes: jubilaciones forzadas, despidos arbitrarios, intimidación, persecución, paralelismo sindical, intervención estatal en procesos electorales y bonificaciones que dividen. Todas estas acciones han tenido un efecto corrosivo sobre la estructura sindical, debilitando su capacidad de representar y defender a los trabajadores.
Pero no todo el daño ha venido desde afuera. También hay que reconocer que algunos dirigentes han perdido el rumbo, aferrándose a cargos por décadas sin convocar elecciones, sin renovar liderazgos, sin escuchar a las bases. Aunque no representan a la mayoría, su permanencia sin legitimidad ha contribuido al desgaste de la confianza en el sindicalismo.
A pesar de este panorama, el movimiento sindical no ha muerto. Sigue vivo en las voces valientes que se alzan por la clase trabajadora, en los líderes que aún creen en la libertad, la pluralidad y el compromiso genuino con los derechos laborales. Ese norte no debe cambiar. El sindicalismo debe mantenerse como un espacio libre de control político, porque cuando se convierte en instrumento de poder, pierde su esencia y traiciona a quienes representa.
Hoy más que nunca, levanto la voz porque creo en el sindicalismo como herramienta de transformación. Creo en la fuerza de los trabajadores unidos, en su capacidad de exigir condiciones dignas, en su derecho a recuperar el salario como base del bienestar y el futuro de nuestro país. No podemos permitir que el miedo, la manipulación o la indiferencia nos roben lo que nos pertenece por derecho: una representación sindical libre, legítima y comprometida con el trabajador.
Por Mauro Zambrano



